Los miserables III - Marius by Victor Hugo

Los miserables III - Marius by Victor Hugo

autor:Victor Hugo [Hugo, Victor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Filosófico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1862-05-15T05:00:00+00:00


LIBRO SEXTO

La conjunción de dos estrellas

I

El apodo: manera de formar nombres de familia

En aquella época, Marius era un guapo joven de mediana estatura, con espesos cabellos muy negros, una frente alta e inteligente, las ventanas de la nariz abiertas y apasionadas, el aspecto sincero y tranquilo, y un no sé qué en el rostro que denotaba a la par altivez, reflexión e inocencia. Su perfil, cuyas líneas eran todas redondeadas, sin cesar de ser firmes, poseía esa dulzura germánica que ha penetrado en la fisonomía francesa por Alsacia y Lorena, y esa ausencia completa de ángulos que hacía distinguir tan fácilmente a los sicambros entre los romanos, y que distingue a la raza leonina de la raza aquilina. Hallábase en esa época de la vida en que la imaginación de los hombres que piensan se compone casi en iguales proporciones de reflexión y sencillez. Dada su grave situación, tenía cuanto necesitaba para ser estúpido; un paso más, y podía ser sublime. Sus maneras eran reservadas, frías, corteses, poco abiertas. Como su boca era encantadora, sus labios de lo más encarnado y sus dientes los más blancos del mundo, su sonrisa corregía lo que había de severo en su fisonomía. En ciertos momentos formaban singular contraste aquella casta frente y aquella voluptuosa sonrisa.

En el tiempo de su mayor miseria observaba que las jóvenes se volvían cuando pasaba, y él huía o se ocultaba, con la muerte en el alma. Pensaba que le miraban a causa de sus viejas ropas, riéndose de ellas; el hecho es que le miraban por su gracia, y se complacían con ella.

Este mudo malentendido entre él y las bonitas paseantes le había hecho huraño. No eligió ninguna por la sencilla razón de que huía de todas. Vivió así indefinidamente; «bestialmente», según decía Courfeyrac.

Courfeyrac le decía también:

—No aspires a ser venerable —pues ellos se tuteaban; deslizarse al tuteo es la pendiente de las amistades jóvenes—. Querido amigo, un consejo. No leas tanto en los libros y mira un poco más las faldas. Siempre hay algo bueno en ellas, ¡oh, Marius! A fuerza de huir y de ruborizarte, te embrutecerás.

En otras ocasiones, Courfeyrac le encontraba y le decía:

—Buenos días, señor cura.

Cuando Courfeyrac le encajaba alguna frase de este tipo, Marius esquivaba durante ocho días más que nunca a las mujeres, jóvenes y viejas, y evitaba a todo trance encontrarse con Courfeyrac.

Había, sin embargo, en toda la inmensidad de la Creación dos mujeres de quienes Marius no huía y contra las cuales no tomaba precaución alguna. Una era la vieja barbuda que barría su cuarto, y de la cual decía Courfeyrac: «Viendo que su criada se deja la barba, Marius no se deja la suya». La otra era una jovencita a la cual veía frecuentemente, pero sin mirarla nunca.

Desde hacía más de un año, Marius observaba en una avenida desierta del Luxemburgo, la avenida que costea el parapeto de la Pépinière, a un hombre y una niña, casi siempre sentados uno al lado del otro en el mismo banco, en el extremo más solitario del paseo, por el lado de la calle Ouest[74].



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